No se tú, pero yo soy experta en olvidar la verdad de que el fin de este mundo llegará, no lo digo en el sentido pesimista, sino en la verdad esperanzadora de que Cristo regresará. Esto no me sorprende debido a mi naturaleza pecaminosa, ya que, como Jesús dice, la conducta natural del mundo ante Su venida será como la de en los días de Noé, donde se disfrutaban los deleites de la vida, olvidándose del juicio de Dios (Mt. 24:37-39), sin embargo, me confronta el recordar que así como Cristo vivió para hacer la voluntad del Padre, así yo, como hija suya, estoy llamada a hacer lo mismo (Mt. 12:50)
En la persona de Jesús vemos un ejemplo perfecto de lo que es vivir para la eternidad. Él conocía que su tiempo en este mundo era temporal, y por ende, se enfocó en aquello que el Padre le mandó a hacer, no más, no menos.
Comúnmente esto se ve muy alejado de nuestra manera de vivir como cristianas, ya que, la mayoría de las veces nos encontramos viviendo para nuestra voluntad, acumulando tesoros para nosotras mismas, creyendo mentiras que nos dicen que nuestro propósito en este mundo está en ser las personas más exitosas, felices, trabajadoras, positivas, etc., llevándonos a esclavizarnos y a afanarnos por este mundo. ¡Gracias a Dios que nos dejó la Verdad, y el ejemplo de la Verdad encarnada, para conocer nuestro llamado y hacer Su voluntad! A través del ejemplo de Cristo, vemos lo que es vivir a la luz de la eternidad, y esto no es más que vivir y predicar el evangelio con amor, con el fin de hacer discípulos en todas las naciones para la gloria de Dios.
Si, nuestro llamado como Iglesia no es solamente ir cada domingo a congregarnos, o tener el ministerio más grande. Nuestro llamado principal como iglesia es ir y hacer discípulos, independientemente si tenemos o no el llamado de dejar tu nación (Mt.18:29). Es decir, para cumplir la misión no necesariamente te tienes que ir a África, porque esa misma salvación que necesita un africano es la misma salvación que necesita tu vecino. Obedezcamos a este llamado en donde sea que Dios nos ha puesto viviendo y predicando el evangelio día a día.
1. Viviendo el evangelio
La vida de Cristo es conocida principalmente por ser una vida perfecta, sin mancha y sin pecado, por lo que fue también llena de amor y sacrificio. Piensa por un momento ¿Que hubiera sido de nosotros sin el amor y el sacrificio de Cristo? ¡Gloria a Dios que nos amó hasta el final!. Cristo nos amó de manera infinita y sacrificial, llevándolo a soportar la cruz, es decir, la maldición de Dios por nosotros. (Gal. 3:13). Y ese mismo amor derramado por nosotros es aquel amor que tú y yo estamos llamadas a dar y demostrar. No un amor de palabras, sino un amor de sacrificio, despojándonos de nosotras mismas, así como Él lo hizo. (Fil. 2:7)
Estas verdades son bonitas en la teoría pero créeme que en la práctica son repugnantes para nuestra carne. No mentiría al decir que el mandamiento de amarnos y perdonarnos los unos a los otros como Cristo lo hizo (Jn. 13:34) es uno de los mandamientos más contraculturales para nuestra era, pero hermana, vivir amándonos y perdonándonos los unos a los otros es nuestra marca distintiva como cristianas (Jn 13:35), al hacer esto acumulamos tesoros eternos en el cielo, y más aún reflejamos y glorificamos el carácter de Cristo.
Vivir el evangelio al morir a nosotras mismas, tomar nuestra cruz y someternos a la voluntad del Padre tal como Cristo lo hizo, es doloroso y difícil. Es más, ¡en nuestras fuerzas es imposible! Necesitamos depender de Cristo cada día al mirar Su amor y perdón derramado en la cruz por nosotras, y cuando fallemos descansar en Él y sus promesas. Recordar y meditar en el evangelio será nuestro motor para cada día vivir para la eternidad.
2. Predicando el evangelio
En los últimos años, la predicación del evangelio persona a persona se ha demeritado, ya sea por posturas teológicas, indiferencia al evangelio, temor al hombre, apatía espiritual, agendas llenas de responsabilidades, etc., siendo esto no más que un reflejo de la dureza que hay en nuestro corazón hacia las almas perdidas, de nuestra mirada puesta en el mundo y de nuestra vida llena de comodidades. Si no tenemos cuidado en examinarnos podemos amoldarnos a este mundo, alejándonos del ejemplo de Cristo y de Su corazón por los perdidos.
Es por eso la importancia de mirar a Cristo cada día. En los relatos de la vida de Jesús se menciona en varias ocasiones que Jesús siendo Dios predicaba Su evangelio con pasión por las almas pérdidas (Mar 1:14-15, Mt.23:37), lleno de amor, compasión, humildad y fervor, con el fin de que creyéramos. ¡Cuánto amor tiene Jesús para nosotros!
Hermana, habiendo recibido este amor somos deudoras. ¿Quiénes somos nosotros para no dar lo que por gracia hemos recibido? Somos tan miserables cuando no compartimos ese amor y esa gracia infinita que hemos recibido, y que está disponible para todos aquellos que creen. ¡Salgamos y hablemos a todos sobre el Dios Vivo que tiene poder para salvar!
No me malentiendas, entiendo nuestra lucha, escribo desde un un corazón genuinamente confrontado al reconocer que mi pecado es el que me lleva a no compartir la Verdad que trae vida eterna. Hermana, esforcémonos en este llamado cada día, al recordar siempre su evangelio y dar simplemente de lo mucho que hemos recibido. Y que Dios en su infinita gracia nos devuelva ese gozo y esa pasión por las almas pérdidas que algún día tuvimos al recordarnos Su pasión en la cruz, y más aún, que ponga en nosotros la misma mente y el mismo corazón que hubo en Cristo.
Por último, quiero decirte que vivir para la eternidad no es fácil y ten por seguro que fallaremos, pero, vivir recordando la verdad de que Cristo vino, y que regresará, es nuestra motivación para vivir vidas fructíferas y enfocadas en la eternidad.
Oro para que Dios nos ayude a día a día mirar a Cristo para aprovechar bien nuestros días en esta tierra (que están contados). Esforcémonos en la gracia en esta carrera de la fe, y preparémonos para nuestro encuentro con el Cordero, de tal manera que nos encuentre haciendo Su voluntad y no la nuestra.
Vivir cada día recordando que regresaremos al polvo y que nada de lo que hagamos para este mundo, inclusive para nosotros mismos, perdurará, es bastante retador y un tanto humillante, sin embargo, recordar cada día esta verdad innegable nos llevará a fijar nuestros ojos en la eternidad para vivir como Cristo.
¡Regocijémonos y alegrémonos, y démosle a Él la gloria, Porque las bodas del Cordero han llegado y Su esposa se ha preparado!
Apocalipsis 19:7