Desde que era niña, soñaba con el día en que conocería al amor de mi vida. Me imaginaba la escena perfecta, como en esas películas románticas que veía una y otra vez. Pensaba que el amor llegaría de manera mágica y con mariposas en el estómago. ¡No podía esperar a crecer y encontrar a ese “príncipe azul” y experimentar un romance profundo y apasionado!
Pero Dios no tardó mucho en enseñarme que la realidad es… un poco diferente.
Con el paso del tiempo y cargando muchas preguntas en mi corazón, me di cuenta de que mis expectativas sobre el noviazgo no estaban necesariamente alineadas con el diseño de Dios. Llena de dudas, decidí buscar en Su Palabra lo que realmente enseña sobre este tema. Para mi sorpresa, descubrí algo que me dejó impactada: ¡la Biblia no menciona el noviazgo ni una sola vez!
Sin embargo, en medio de esa búsqueda, me encontré con verdades hermosas sobre las relaciones amorosas y principios bíblicos que pueden guiarnos y ayudarnos a navegar este capítulo de la vida.
¿Por qué el noviazgo no aparece en la Biblia?
Desde el principio de la historia, el propósito de Dios para la mayoría de las personas ha sido bastante claro: que el hombre deje a su padre y a su madre, se una a su mujer y sean una sola carne (Gn. 2:24). Este hermoso diseño sigue siendo el mismo hasta hoy, pero no podemos negar que las relaciones han cambiado mucho con el paso del tiempo.
Antes, las cosas eran muy distintas. No existía tanto individualismo ni ese enfoque en “lo que me hace feliz ahora”. El compromiso era algo serio y estable, no una decisión que podía cambiarse de un día para otro. Cuando alguien se comprometía, lo hacía pensando en toda la vida. Además, al desposarse con alguien del pueblo de Dios, compartían valores y una misma fe, lo que les ayudaba a construir una relación duradera basada en el respeto, la amistad y el amor verdadero.
En un principio, para los hijos de Dios, el objetivo era claro: encontrar una pareja dentro del pueblo de Israel y desposarse (Gn. 28:1-5; Dto.7:3-4; Ex. 24:15-16). En aquel tiempo, encontrar pareja era un proceso mucho más práctico. Los padres buscaban a alguien adecuado para sus hijos y los mandaban a casarse. No había meses de citas románticas para “ver si funcionaba” o largas conversaciones para evaluar compatibilidad. Desde nuestra perspectiva moderna, esto puede sonar poco romántico, como si todo fuera un trámite. ¡Pero no te engañes! Aunque el proceso era diferente, eso no significaba que no hubiera amor.
Un gran ejemplo es Jacob, quien trabajó por años para poder casarse con Raquel, la mujer que amaba (Gn. 29:15-20). ¡Eso sí que es dedicación! Y como esa, la Biblia está llena de historias donde el amor y la fidelidad sobresalen: el matrimonio de Rut y Booz, el tierno amor de Elcaná y Ana, o el cuidado y respeto de José hacia María.
Lo más hermoso es que en todas estas historias, el objetivo final no era solo “ser felices”, sino cumplir con la voluntad de Dios, formar familias fuertes y glorificar Su Nombre en cada paso.
El amor en nuestros días
El noviazgo, tal como lo conocemos hoy, no siempre existió. De hecho, surgió hasta mediados del siglo XX. Antes, las relaciones antes del matrimonio eran breves y estaban mucho más orientadas a formalizar el compromiso. El noviazgo era como la antesala del matrimonio, pero con el tiempo se convirtió en algo mucho más informal… y en muchos casos, en una relación que podría no llegar a ninguna parte.
Hoy en día, con los distintos movimientos sociales y el énfasis en la independencia, a las jóvenes se les enseña a tomar decisiones con base en sus deseos o necesidades, lo cual no siempre es malo, pero si peligroso, ya que puede fomentar una visión más centrada en uno mismo que en el propósito de Dios. Aquí quiero hacer una pausa importante para aclarar algo: no casarse ni formar una familia no es algo negativo. ¡Para nada! Dios tiene planes diferentes para cada mujer, y si Su propósito es que vivamos en soltería, ese plan sigue siendo bueno, perfecto y para Su gloria.
El problema es que el concepto moderno del noviazgo muchas veces se basa más en la cultura popular que en principios bíblicos. Por eso, quiero compartirte tres principios clave de lo que la Biblia nos enseña sobre las relaciones amorosas y cómo podemos aplicarlos al noviazgo de hoy.
El propósito del noviazgo: compromiso
Aunque en la Biblia no encontramos un ejemplo de noviazgo tal como lo conocemos hoy, su estudio nos deja algo muy claro: el tiempo en pareja previo al matrimonio debe estar marcado por un fuerte énfasis en el compromiso.
Miremos la historia de José y María como referencia. La Escritura nos cuenta que María estaba desposada con José, lo que significa que ya tenían un compromiso serio, aunque aún no vivían juntos como esposos (Mt. 1:18). Según el historiador A.T. Robertson, el desposorio entre los judíos era un paso muy importante. No era un acuerdo casual que pudiera romperse fácilmente; el hombre que desposaba a una mujer era considerado legalmente su esposo. Romper ese compromiso se veía como algo grave, comparable a un acto de infidelidad, y podía tener consecuencias serias.
Aunque el desposorio no era el matrimonio en sí, sí implicaba fidelidad total y una intención clara de seguir adelante con esa unión. Dios nunca nos ha enseñado a tomarnos las relaciones de pareja a la ligera. En ninguna parte de Su Palabra nos dice: “Vayan y conozcan a un sinnúmero de personas durante un largo tiempo. Si ven que alguien es compatible con ustedes, cásense, si no lo es, terminen la relación”.
Por el contrario, el consejo de Dios es esperar pacientemente a un hombre con las cualidades bíblicas para ser tu esposo. Y si estás frente a alguien así, debes ser sabia, cuidadosa y muy consciente de que el noviazgo no es un simple pasatiempo, sino un paso serio hacia el matrimonio.
Déjame explicártelo con un ejemplo sencillo: imagina que vas de viaje en tu auto. Tienes un destino claro, y tu plan no es quedarte demasiado tiempo conduciendo por caminos secundarios. Tu objetivo es tomar el camino más directo y seguro para llegar. Tomar muchas rutas alternativas solo retrasará el viaje y, probablemente, te cause más de un dolor de cabeza. Claro, a veces ocurren accidentes o imprevistos, y puede que tengas que cambiar de ruta. Pero la idea desde el principio era clara: llegar a tu destino.
Así debe ser el noviazgo. Es un puente directo hacia el matrimonio, no una serie de desvíos ni un simple “pasemos el rato a ver qué pasa”. A lo largo del camino puede haber tropiezos o situaciones difíciles (porque nadie tiene la vida perfectamente planeada), pero lo importante es no perder de vista que el noviazgo debe tener como meta ese compromiso serio que nos lleva al matrimonio.
La forma del noviazgo: puro y santo
Hermana, sé que hablar de pureza y santidad puede sonar a “el mismo consejo de siempre”, pero créeme, no es un cliché. Es algo precioso y súper importante si tu deseo es glorificar a Dios en cada aspecto de tu vida. Como ya vimos antes, si el noviazgo es un puente hacia el matrimonio, tenemos que cruzarlo con mucho cuidado y sabiduría.
Ahora bien, aunque entres al noviazgo con las mejores intenciones y un corazón dispuesto a hacer las cosas bien, no siempre todo sale como lo planeamos. Las relaciones, por muy amorosas y maduras que sean, a veces no llegan al matrimonio. Y sí, puede ser doloroso. Por eso quiero aconsejarte desde lo que la Biblia enseña para que, si algún día pasas por una ruptura, salgas lo menos herida posible.
Uno de los motivos más importantes para guardar tu pureza durante el noviazgo no solo es para proteger tu corazón, sino también para glorificar a Dios y cuidar tu integridad si la relación no llega a buen término. Lo diré sin rodeos: es indispensable apartarte de todo acto sexual antes del matrimonio. El sexo es un regalo hermoso de Dios, pero fue diseñado para disfrutarse dentro del pacto matrimonial (1 Cor. 7:3-5). Dios lo creó para unir a la esposa con su esposo en una relación de intimidad y amor profundo. Pero si nos involucramos sexualmente antes de casarnos, estamos desobedeciendo a Dios, y la Biblia llama a eso fornicación.
El apóstol Pablo le dijo a Timoteo (un joven pastor en Éfeso) que tratara a las mujeres jóvenes de su congregación como a hermanas, con toda pureza (1 Tim. 5:2). ¡Qué hermoso consejo! Si el noviazgo es un primer paso de compromiso rumbo al matrimonio, entonces la relación con tu pareja debe reflejar esa misma pureza. Dios quiere que los solteros se traten con respeto y santidad (1 Tes. 4:1-7). Durante el noviazgo, puedes ser amiga, hermana y novia, pero recuerda que la etiqueta de esposa con todos sus beneficios llega hasta el matrimonio.
Si estás en una relación de noviazgo y esperas con ansias casarte para vivir el regalo de la sexualidad, ¡eso está bien! Estás anhelando algo bueno y diseñado por Dios. Solo asegúrate de guardar tu corazón, tu pureza y tu integridad hasta que ese momento llegue. Trata tu relación de tal manera que, si por alguna razón no termina en matrimonio, puedas mirar a esa persona a los ojos sin arrepentimiento ni vergüenza. Trátense con pureza y respeto, porque esa es la voluntad de Dios.
La expectativa del noviazgo: Cristo, el novio perfecto
Vamos a ponernos un poco prácticas. Cuando piensas en tu futuro esposo, ¿tienes una lista de características que consideras imprescindibles? Seguramente has escuchado a personas decirte cosas como: “Debe ser educado, trabajador, caballeroso, que trate bien a su mamá”; o quizás te han dicho: “Tiene que ser atractivo, simpático, tener un buen trabajo, haber estudiado tal carrera…”. Algunas de esas cosas pueden ser importantes, no lo niego, pero ¿te has detenido a pensar en lo que Dios te aconseja en Su Palabra? ¿Cuál es el verdadero estándar que deberíamos buscar?
Te invito a reflexionar conmigo: ¿Quién es el esposo perfecto? ¿Quién es el marido fiel que purifica y santifica a su esposa? ¿Quién ama de forma sacrificial a una esposa imperfecta? ¿Quién dio todo, incluso su vida, para salvar a su amada? Solo hay uno que cumple todo eso: Jesucristo. Él es el único esposo perfecto. Así que, hermana, más que buscar a alguien que encaje en una lista, anhela casarte con un hombre que sigue las pisadas de Cristo.
Pero aquí te va algo igual de importante: tú también estás llamada a parecerte más a Cristo. No se trata solo de que tu futuro esposo sea alguien piadoso y maduro en la fe, sino de que tú también busques ser una mujer que refleja a Jesús en su carácter y acciones. Muchas veces pasamos tanto tiempo pensando en “cómo debería ser él”, que olvidamos prepararnos para ser nosotras esa esposa virtuosa que glorifica a Dios en el matrimonio.
Antes de buscar a alguien que te complemente, encuentra tu plenitud en Cristo. Tu identidad y tu gozo están en Él, no en un hombre, ni siquiera en tu futuro esposo. Deja que Jesús transforme tu vida, moldee tu carácter y te enseñe a amar como Él ama. Así, cuando llegue ese momento, estarás lista para caminar junto a tu esposo como una ayuda idónea y compañera en la fe.
Y aquí viene algo muy importante: si eres cristiana, ya sabes por qué toda relación debe ser “en el Señor” (1 Cor. 7:39). Nunca consideres entrar en una relación con alguien que no ama a Cristo o no ha sido transformado por Él. No te arriesgues a formar un “yugo desigual”(2 Cor. 6:14-16), porque eso no solo es desobediencia, sino que también te expondrá a dificultades y heridas profundas.
Hay una frase hermosa atribuida a C.S. Lewis que resume esto de forma perfecta: “El corazón de una mujer debería estar tan cerca de Dios, que un hombre debería buscarlo a Él para encontrarla.”
Hermana, Cristo es el estándar. Él es el verdadero esposo perfecto. Ora y pon tu mirada en Jesús. Pídele a Dios que te prepare para ser la mujer que Él quiere que seas y que tu futuro esposo sea alguien que, al seguir las pisadas del Señor, te impulse a amarlo más a Él. Porque, al final del día, solo Cristo es digno de ocupar el trono de tu corazón.