Actualmente estoy en el mes 9 de mi embarazo. Ha sido una temporada de mi vida que he disfrutado y he podido ver la mano de Dios de maneras increíbles. Al haber cursado la mayor parte del embarazo, me sentaba a meditar sobre lo que me hubiera gustado saber o lo que me gustaría mantener en mente durante esta etapa. Si pudiera resumir el regalo del embarazo sería como eso: un regalo. Es gracia que tiene que ser apreciada y atesorada como un privilegio y mayormente como una oportunidad de dar gloria al Señor.
Al pensar en esta etapa hay tres cosas que me gustaría atesorar:
1. Tus hormonas no son Dios.
Durante el primer trimestre tuve los típicos síntomas desagradables que muchas quisiéramos evadir. La náusea y la fatiga fueron mis constantes compañeras por varias semanas. Aun así, hubo una compañera que era particularmente más amarga que las demás: mis hormonas.
Me encontré siendo particularmente desagradable con los que me rodeaban. Mi paciencia era corta, mi actitud era grosera, y mis pensamientos eran peores que estos dos. Al abrir mi corazón con personas cercanas a mí, varias intentaron excusar mi comportamiento “es normal, las hormonas nos hacen eso a todas. No te preocupes, pasará.” Y aunque su motivación era bien intencionada, no era verdad. Mis hormonas no son excusa para pecar. Aún durante el embarazo, nuestro estándar sigue siendo Cristo; el hombre perfecto que aún siendo ofendido y lastimado injustamente, sus palabras continuaron siendo de perdón y compasión. El Señor me ha enseñado a través de mis hormonas a ser más paciente, a tener más dominio propio, y a aprender a pedir perdón con regularidad. Es una oportunidad hermosa para crecer en humildad y dependencia de Dios.
2. Tu cuerpo no te pertenece.
Me tardé en tener pancita. Toda mi vida he sido delgada y muy chiquita. Yo veía mes tras mes pasar y esperaba con anhelo ver el cambio reflejado en mi cuerpo. Ese cambio no llegó hasta alrededor del mes 5 o 6 para mí. La pancita que tanto anhelaba ver estaba por fin asomándose y haciéndose notoria. Al principio ver mis cambios físicos me causaban gran alegría, pero llegó un punto en el que estos cambios dejaron de ser placenteros y comenzaron a sentirse invasivos.
Mi autoestima empezó a caer por los suelos. Ver cómo mi cuerpo cambiaba sin mi permiso y ver que no había nada que podía hacer sobre estos cambios me dejaba desanimada. Me sentía inatractiva y no podía ver mi valor más allá de mi cuerpo. Mi batalla diaria era el abrir mi closet y ver qué me quedaba o con qué me sentía cómoda, una batalla que siempre me dejaba sintiéndome derrotada.
Hermana, anímate. Nuestros cuerpos también están al servicio del Señor. ¡Qué privilegio es poder servir al Señor con alma, vida, y cuerpo! Al ver cómo el Señor diseñó el embarazo y lo que mi cuerpo hace para proteger a mi bebé me di cuenta que estos cambios no eran invasivos, sino que eran festivos y asombrosos. No mentiré diciendo que cada cambio de mi cuerpo me ha hecho feliz, pero descanso en que cada cambio que mi cuerpo ha tenido ha obrado para mi bien y el de mi bebé.
Poner nuestro valor en nuestra apariencia física es un peligro. El evangelio nos enseña una y otra vez que nuestro valor no se encuentra en nosotros, sino en Cristo. Cuando te sientas decaída por el estado de tu cuerpo, voltea a ver a Cristo. Al vernos a través de los ojos de Su sacrificio, nos daremos cuenta de que el Señor está más interesado en nuestro corazón que nuestro cuerpo.
“El Señor creó la maternidad para Su gloria, y eso es algo por lo cual vale la pena dar tu vida por ello.” -Gloria Furman.
3. Se agradecida.
Creo que si algo tienen en común el punto uno y dos, es qué tan fácil la gratitud se nos puede olvidar en esta etapa. En la etapa del embarazo es muy común escuchar comentarios acerca de lo cansado y del esfuerzo que se requiere en el embarazo, y esto es una realidad, no se es menos espiritual si sentimos ese malestar o cansancio. Pero lo que no debemos olvidar es que todo esto es gracia.
Somos muy vulnerables en dejar de agradecer al Señor y dejar que las quejas broten de nuestro corazón. La Palabra nos llama a dar gracias por todo, “Den gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para ustedes en Cristo Jesús.” (1 Tesalonicenses 5:18)
Claro que podemos desahogarnos, pero hay una diferencia entre eso y la queja. Todo está en nuestro corazón. Hubo varias veces en las que yo misma me acerqué con mi esposo para hablarle con queja de mi embarazo, y él siempre me recordó ser agradecida.
El peor síntoma que podemos experimentar en el embarazo no son las náuseas sino la ingratitud. El embarazo es una temporada de mucha santificación, lo cual debe llevarnos a celebrar. ¡Mediante dolores, estirones, subidas de peso, cansancio y mucho más cambios estamos siendo hechas más como Jesús!
¡Qué regalo del Señor es el tratar con nosotras antes de la llegada de nuestros bebés!
“Porque Tú formaste mis entrañas; Me hiciste en el seno de mi madre. Te daré gracias, porque asombrosa y maravillosamente he sido hecho; Maravillosas son Tus obras, y mi alma lo sabe muy bien. No estaba oculto de Ti mi cuerpo, cuando en secreto fui formado, y entretejido en las profundidades de la tierra. Tus ojos vieron mi embrión, y en Tu libro se escribieron todos los días que me fueron dados, cuando no existía ni uno solo de ellos. ¡Cuán preciosos también son para mí, oh Dios, Tus pensamientos! ¡Cuán inmensa es la suma de ellos! Si los contara, serían más que la arena; al despertar aún estoy contigo.” (Salmo 139)
El Señor está al tanto de nuestros embarazos, en control de nuestros cuerpos, y ha comenzado una obra en la vida de nuestros bebés. Atesoremos esta etapa como el regalo que es, y estemos agradecidas por este regalo inmerecido ya que esta es voluntad del Señor para nosotras.