La maternidad ha significado para mí una hermosa paradoja que me ha llevado a vivir la vida en muchos de sus altos y bajos.
-La maternidad es agotadora y gozosa, sencilla y compleja, cruda y sentirse viva.
-Es sembrar día con día, momento a momento, y no ver fruto inmediato.
-Es planear, prepararte en muchos temas y descubrir que no eres suficiente.
-Es días que pasan lento y años que pasan rápido.
-Es soledad y hermandad profunda con otras mujeres que han vivido lo mismo.
-Es amar hasta las entrañas y sentir dolor. Es negarte a ti misma para que otro florezca y viva.
La maternidad ha sido para mí conocer la increíble fortaleza que le ha sido concedida a la mujer y al mismo tiempo conocer la profundidad de mi pecado y mi debilidad como nunca antes. Ha sido confusión, agitar mis fundamentos, cuestionar mi identidad, y a la vez salir más definida y fortalecida como mujer según la Palabra de Dios, como esposa, como mamá y como creyente.
Un hijo tiene la habilidad de revelar la verdadera condición de nuestro corazón una y otra vez. No es que antes no era impaciente, es que mi hijo lo sacó a la luz. No es que mi hijo sea tan difícil como pensaba, es que morir a mi egoísmo es más difícil de lo que pensaba.
La maternidad es dura, pero es un tipo de duro que es bueno, un tipo de duro que trae convicción, que te humilla, que demanda rendición, que te forma en amor y te arraiga en verdad. El tipo de duro que te apunta a Cristo—a Su vida, a Su muerte, a Su resurrección. Es por todo esto que la maternidad ha ilustrado para mí, de manera más real y palpable, la más grande paradoja de todos los tiempos—el evangelio:
-Herido por nuestra sanidad
-Inmolado por nuestra paz
-Golpeado por Dios para que jamás seamos destruidos
-Humillado para que seamos enaltecidos
-Excluido para que jamás seamos abandonados
Jesús murió para que nosotros vivamos, y para que ya no vivamos para nosotros mismos, sino para el que murió por nosotros y fue resucitado.(Isaías 53:4-6; 2 Corintios 5:15)
El sufrimiento y el gozo en la vida del cristiano van de la mano, así como en la maternidad. La rendición a la voluntad de Dios trae una recompensa inexplicable, pero el proceso es doloroso. Nunca me había sentido más libre, más segura de mi identidad, más consciente de los tiempos perfectos de Dios y de Su gracia, pero ha sido y es una lucha constante.
Ahora que estoy en el tercer trimestre de embarazo de mi segundo bebé, que me siento más cansada y lenta para hacer las cosas, que ya no descanso igual por las noches, que mi hijo mayor de 3 años me lleva a mi límite una y otra vez,…mis pensamientos y el mundo me dictan que el sufrimiento que experimento es inútil e innecesario, que no está produciendo nada bueno en mí, que es bueno ignorarlo o amortiguarlo con desahogos carnales y placeres pasajeros, que podría estar haciendo otra cosa, que merezco algo mejor. Pero Dios y Su palabra me dicen lo contrario:
-Su gracia es suficiente y Su poder se perfecciona en mi debilidad (2 Corintios 12:9)
-Aunque por fuera nos vamos desgastando, por dentro nos vamos renovando día tras día (2 Corintios 4:16)
-Los sufrimientos ligeros y efímeros que ahora padecemos producen una gloria eterna que vale muchísimo más que todo sufrimiento (2 Corintios 4:17)
-No nos fijamos en lo visible, sino en lo invisible, ya que lo que se ve es pasajero, mientras que lo que no se ve es eterno (2 Corintios 4:18)
-Me regocijo en debilidades…y dificultades que sufro por Cristo (2 Corintios 12:10)
-Las pruebas producen paciencia (Santiago 1:2-4)
-Si sufrimos, es para que otros sean consolados (2 Corintios 1:4-6)
-Si ahora sufrimos con Él también tendremos parte con Él en Su gloria (Romanos 8:17)
El sufrimiento antecede cosas buenas y hermosas. Dios usa el proceso para transformarnos, para madurarnos y para prepararnos para recibir aquello esperado. Ningún momento de paciente espera durante la aflicción es desperdiciado. Altos, bajos y todos sus intermedios, valen la pena en Cristo.
Por eso, mamis, renunciemos a nuestro futuro, renunciemos a nuestras pequeñas molestias, renunciemos al deseo de ser reconocidas, renunciemos a la irritabilidad con nuestros hijos, renunciemos al tener una casa perfectamente limpia, a las quejas y nuestros diálogos internos de auto lástima, a la comparación y las expectativas fuera de la Palabra, a la vida imaginaria que podríamos tener sin hijos,…y corramos a la cruz de Cristo.
Día a día, prediquémosle a nuestro corazón olvidadizo el evangelio, y no dejemos de congregarnos. Recordemos que la vida del cristiano no termina en muerte ni en sufrimiento. Hay más vida, más libertad y más gozo del otro lado de vivir para nosotras mismas. Hay más vida, más libertad y más gozo cuando rendimos nuestros propios derechos, cuando vivimos para alguien más como Cristo lo hizo. Vivamos la paradoja de paradojas para que el mundo vea que nuestra satisfacción e identidad no están en la maternidad ni en ninguna otra cosa creada, y que tampoco dependen de nuestras circunstancias. Mostrémosle al mundo que nuestra satisfacción e identidad están en Cristo, en Su Palabra y en Su esperanza de vida eterna.