Hace unas semanas platicaba con una de mis mejores amigas acerca del crecimiento y la madurez en la vida del creyente. Somos como flores, amiga -le dije-, no todos crecemos al mismo ritmo ni absorbemos de la misma manera los nutrientes que nos harán crecer y florecer, cada una florece en su tiempo.
Nos comparamos
Continuamente nos comparamos unas a otras. Quizá estés de acuerdo conmigo que es común leer y escuchar conversaciones de quién ha leído más veces la Biblia, cuántas han hecho el estudio de tal y tal ministerio, cuántas llevan una carpeta devocional, quien ya es una experta en lettering, quién ha leído todos los libros de tal autor o quién es capaz de leer más de un libro al mes.
Si, yo también fui parte de esa revolución en las que Instagram y Pinterest nos hicieron el favor de llenarnos la cabeza y, por supuesto, el corazón también. Mostrando una vida devocional perfecta, una Biblia con anotaciones impecables, un cuaderno devocional en orden intachable. Esto no es malo per se, pero cuando es nuestra meta y lo único que nos importa, es necesario frenar, y cuanto antes mejor, evitando que eso tan hermoso y bueno, se convierta en un ídolo.
Somos como flores
Hay una enorme cantidad de flores, todas diferentes. Tienen el mismo fin: embellecer los campos, mostrar la belleza de Su creador, producir semillas para las plantas de la próxima generación. Cada una de ellas tiene un tiempo específico para germinar, para crecer, para reproducirse y morir. Cada una florece en Su tiempo.
Nuestra vida cristiana es más o menos similar.
Tenemos un tiempo para todo (Ecl. 3), y si lo olvidamos, podemos caer en el error de querer hacer germinar una semilla para que nazca o de darle abono en exceso para que por fin florezca y dé su propio fruto. Todo eso es dañino. No hay como dejar que cada una nazca, crezca y se desarrolle de acuerdo con el plan de Dios.
Nos pasa también, muy a menudo el querer que nuestros hijos maduren más rápido. Son bebés y queremos que caminen, caminan y queremos que lo hagan a nuestro paso, corren y queremos que también hagan sus tareas por sí mismos, son niños y esperamos que se comporten como adolescentes, están en la adolescencia y les pedimos que sean maduros y actúen como un joven de más edad, son adultos y queremos que sepan las cosas que nosotros ya sabemos con algunas décadas más que ellos.
Obligar a madurar no es sano
¿Por qué? ¿Por qué esa necesidad de querer que todo madure pronto? ¿Por qué no disfrutar el paso a paso de cada uno? ¿Por qué no congratularnos con aquellos que son nuevos en la fe y que recién comienzan su caminar con Dios? ¿Por qué querer que sepan todo lo que quizás ni nosotras sepamos a la perfección?
Con esto no quiero decir que no nos interesemos en que estudien la Palabra de Dios, no. Sino que cada uno tiene un tiempo, un momento para madurar y eso no corresponde a nosotras sino al dulce Espíritu Santo. Nosotras oremos por ellos (y por nosotras también) como Pablo lo hizo por nuestros hermanos en Éfeso:
“Por esta razón también yo, habiendo oído de la fe en el Señor Jesús que hay entre vosotros, y de vuestro amor por todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros, haciendo mención de vosotros en mis oraciones; pidiendo que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en un mejor conocimiento de Él. Mi oración es que los ojos de vuestro corazón sean iluminados, para que sepáis cuál es la esperanza de su llamamiento, cuáles son las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y cuál es la extraordinaria grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, conforme a la eficacia de la fuerza de su poder, el cual obró en Cristo cuando le resucitó de entre los muertos y le sentó a su diestra en los lugares celestiales, muy por encima de todo principado, autoridad, poder, dominio y de todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo sino también en el venidero”. (Ef. 1:15-21)
Disfruta el proceso
No sé en que fase estes ahora, puede ser que seas una recién nacida en la fe, que estés madurando, o bien, que ya seas un adulto. Dios se complace en cada una de nosotras, en el amor que le tengamos, en como es que vivimos de acuerdo con su voluntad y para Su Gloria. No te afanes en querer crecer a la par de alguien más, solo para estar “in” o cumplir con su agenda y no quedarte atrás; mejor, busca crecer en el conocimiento de Dios para poder vivir la vida de acuerdo con su diseño, para agradarle a Él, para glorificarle a Él.
Conocer a Dios, aplicar y vivir su Palabra es lo que nos debe motivar a estudiar más y más.
No te afanes.
No te compares.
Disfruta el tiempo con Dios y florece a Su tiempo.
En Su Gracia
Karla.
Publicado originalmente en LifeWay Mujeres