Se lo chistoso que suena este título, pero siendo honestos, creo que muchos de nosotros estamos familiarizados con esta pregunta (o por lo menos con esta actitud). Todos estamos rodeados de personas a las que amamos y que deseamos que experimenten una conversión, por lo que podemos llegar a sentir frustración al no ver esta realidad en sus vidas. Si este eres tú, primero quiero afirmar que es algo esencial que como cristianos tengamos urgencia y amor por las almas perdidas, y que es honroso guardar el mandato que Dios nos dio (Mateo 28:19-20) Sin embargo, puedo afirmar que la razón de nuestra frustración viene por un mal entendimiento y uso de lo que las Escrituras dicen acerca de la condición del hombre y la salvación. Por lo que estaré exponiendo lo que Dios dice acerca de estos temas con el fin de que podamos crecer en nuestra confianza en Dios y en nuestro evangelismo.
“Por tanto, como el pecado entro en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.” Romanos 5:12
Es importante saber que todos somos pecadores, por lo que todos nacemos con la necesidad de un Salvador. No importa si nuestro comportamiento es aceptable ante la sociedad, o si nuestra abuelita o mamá eran creyentes, la fe no se hereda. Por lo que aún si eres pastor o ministro no esperes engendrar hijos santos, pues aún ellos necesitarán confesar su pecado delante de Dios, arrepentirse y creer en el evangelio para salvación (Marcos 1:15). Comprender esta verdad hará que tengamos el mismo peso y urgencia de salvación por el asesino y el vecino noble, por la mujer con pecados escandalosos y la mujer con pecados silenciosos, por tu hijo rebelde y por tu hijo aplicado en la escuela.
Todos somos lo suficientemente pecadores como para descalificarnos de una relación con Dios y de la vida eterna.
Probablemente tú comprendas esto, por eso mismo te haces la pregunta: “¿Qué hago con este incrédulo?”, has comprendido que esa persona está bajo una condena eterna y mortal, por lo que anhelas que tenga fe en Jesucristo para el perdón de sus pecados y la vida eterna. Tristemente vemos a miles de cristianos con buenas intenciones de salvación para sus cercanos, pero con un muy mal entendimiento del evangelio. Por lo que muchas veces en vez de estar direccionando a la gente hacia Cristo, se les está direccionando hacia una religión o moralismo.
Yo misma hice esto en mis primeros años en la fe, me frustraba por el comportamiento anti-bíblico de mis hermanos, y miles de veces lo que hice fue abrirles la Biblia, mostrarles en lo que estaban mal y decirles la manera correcta de vivir (pobrecitos). Usé la Biblia como un manual de vida, evaluando todo a través de su luz y exigiendo que todos viviéramos bajo esos parámetros.
Hacer esto suena piadoso pero en realidad es perder el punto principal de la Biblia misma: somos grandes pecadores en necesidad de un gran Salvador.
Precisamente porque no pudimos, y no podemos, cumplir la buena ley de Dios es que necesitamos de Jesús como nuestro representante perfecto delante de Dios. Cuando depositamos nuestra fe en Jesús como nuestro Salvador y Señor es que recibimos al Espíritu Santo y nos habilita para vivir una vida agradable a Dios. Sin embargo, muchas veces nuestro mensaje “evangelistico” está enfocado en la vida que produce el Espíritu Santo y no en la obra de Jesús que da hogar al Espíritu Santo en nosotros. Cuando hacemos esto estamos dando al incrédulo una lista de exigencias imposibles, que ni siquiera tú y yo podemos cumplir. Pedimos santidad a personas que no tienen al Espíritu Santo, que es quien da la libertad para renunciar al pecado y a nuestra antigua manera de vivir. Pedimos evidencias de una vida regenerada a personas que están esclavizadas por el pecado.
Los incrédulos que nos rodean no necesitan un mensaje ético ni moral, si les damos este mensaje tendremos como resultado a muertos espirituales bien educados y presentables ante la sociedad. Recordemos que nuestro fin no es que esta persona se convierta en un hombre de negocios exitoso, una buena madre, esposo, un hijo brillante o que deje de ser homosexual, alcohólico, prostituta, etc. Esta persona puede tener muchos problemas en su vida pero la razón preeminente de por qué debemos velar por su alma es porque tiene un problema eterno, es un enemigo de Dios.
Por lo que debemos proclamar el único mensaje que puede transformar esta realidad, el único que es poder de Dios para salvación; el evangelio. (Romanos 1:16)
“Nunca me eché para atrás a la hora de decirles lo que necesitaban oír, ya fuera en público o en sus casas. He tenido un solo mensaje para los judíos y los griegos por igual: la necesidad de arrepentirse del pecado, de volver a Dios y de tener fe en nuestro Señor Jesús.” Hechos 20:20-21
El evangelio incluye no sólo la necesidad de tener fe en Jesucristo sino que también la necesidad de arrepentimiento. No temas en, a través de las escrituras y con mucha humildad, hacer ver a tus cercanos su condición actual delante de Dios e instarlos al arrepentimiento. Es necesario primero exponer su condición sin esperanza para después guiarlos a poner su esperanza en Jesús. Si no se dan cuenta de su pecado ¿Por qué necesitarían de un Salvador?
“Porque ya que en la sabiduría de Dios el mundo no conoció a Dios por medio de su propia sabiduría, agradó a Dios, mediante la necedad de la predicación, salvar a los que creen.” 1 Corintios 1:21
¡Predica el evangelio! Al creer ese mismo mensaje recibiste salvación, no intentemos usar métodos o sabiduría humana pues Dios designó que salvaría a los que creerían por la predicación de este mensaje.
Si predicamos religiosidad es probable que alguien pueda cambiar su forma de vestir, hablar, incluso su forma de comportarse, pero el evangelio es el único mensaje que produce vida eterna y todo este cambio junto con pasión por Jesús.
La religiosidad puede provocar moralidad pero jamás pasión por Jesús. El fin del evangelio no es solamente la salvación y transformación, sino que también produce adoración.
El evangelio nos muestra nuestro pecado y necesidad, y al mismo tiempo nos muestra la santidad y amor de Dios hacia nosotros. El evangelio nos quita del centro de nuestra confianza y nos hace atesorar a Jesús sobre todas nuestras posesiones.
El evangelio transforma nuestra vida eterna, interna y externa. ¡Predica el evangelio!
Ahora, ya vimos que el evangelio es poder de Dios para salvación, sin embargo para que tenga ese efecto en la vida de alguien, debe creerlo (Romanos 5:1-3, Gálatas 3:26). Nuestra tarea como cristianos es predicar fielmente este mensaje, pero ¿Cómo podemos hacer que alguien lo crea?
La realidad es que no podemos, la fe no proviene de nosotros. Ni tú ni yo somos la fuente de nuestra fe ni mucho menos de la de alguien más.
“A los que se les ha asignado, en la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo, una fe igualmente preciosa que la nuestra.” 2 Pedro 1:1
“Puestos los ojos en Jesús, el Autor y Perfeccionador de nuestra fe.” Hebreos 12:2
Jesús es el autor de nuestra fe y no sólo eso, también es el consumador de ella. Es decir, es el que completa la obra que Él mismo comenzó en nosotros. Podemos concluir que para que alguien crea en el evangelio es necesaria una intervención divina. Por lo que la oración será algo imprescindible en nuestro evangelismo. Al reconocer que nosotros no tenemos el poder de quitar velos espirituales ni de dar fe en el evangelio al incrédulo, acudiremos a Dios a favor del otro para salvación (Romanos 10:1). La oración es esencial.
Termino con la historia de Lidia, ya que esta hermosa historia pone en manifiesto cómo alguien llega a ser salvo. En esta breve historia se ve la responsabilidad de la iglesia y la intervención divina juntamente colaborando para la salvación de un alma.
“Y estaba escuchando cierta mujer llamada Lidia, de la ciudad de Tiatira, vendedora de telas de púrpura, que adoraba a Dios; y el Señor abrió su corazón para que recibiera lo que Pablo decía.” Hechos 16:14
Lo que Pablo decía era el evangelio y mientras Pablo lo compartía, Dios abría el corazón de Lidia para recibirlo (creerlo) y justo después de esto, ella se bautiza dando evidencia de su fe. ¡Qué gran misterio de la gracia de Dios es el de la salvación!
En resumen, ¿Qué hago con este incrédulo? La respuesta no es darle “bibliazos”, tampoco es compartirle un mensaje “atrayente” o diluido, tampoco guiarle a una vida moral y éticamente aceptable ni darle una lista de reglamentos para “estar bien con Dios”. Lo que debemos hacer es orar por él constantemente, ser fieles en la predicación del evangelio completo (acompañando la predicación con una vida que adorne el evangelio) y descansar en que es de Dios la salvación y sus tiempos.
Por último, durante la espera, y cuando estemos perdiendo la paciencia, en humildad, traigamos a nuestra mente lo que dice Tito:
“En otro tiempo nosotros también éramos necios y desobedientes. Fuimos engañados y nos convertimos en esclavos de toda clase de pasiones y placeres. Nuestra vida estaba llena de maldad y envidia, y nos odiábamos unos a otros. Sin embargo, Cuando Dios nuestro Salvador dio a conocer su bondad y amor, él nos salvó, no por las acciones justas que nosotros habíamos hecho, sino por su misericordia. Nos lavó, quitando nuestros pecados, y nos dio un nuevo nacimiento y vida nueva por medio del Espíritu Santo. Él derramó su Espíritu sobre nosotros en abundancia por medio de Jesucristo nuestro Salvador. Por su gracia él nos hizo justos a sus ojos y nos dio la seguridad de que vamos a heredar la vida eterna.” Tito 3:3-7