“Había un hombre de Ramataim de Zofim, de la región montañosa de Efraín, que se llamaba Elcana, hijo de Jeroham, hijo de Eliú, hijo de Tohu, hijo de Zuf, efrateo. 2 Y tenía dos mujeres: el nombre de una era Ana y el de la otra Penina; y Penina tenía hijos, pero Ana no los tenía. 3 Este hombre subía todos los años de su ciudad para adorar y ofrecer sacrificio al Señor de los ejércitos en Silo. Y los dos hijos de Elí, Ofni y Finees, eran sacerdotes del Señor allí. 4 Cuando llegaba el día en que Elcana ofrecía sacrificio, daba porciones a Penina su mujer y a todos sus hijos e hijas; 5 pero a Ana le daba una doble porción, pues él amaba a Ana, aunque el Señor no le había dado hijos. 6 Y su rival la provocaba amargamente para irritarla, porque el Señor no le había dado hijos. 7 Esto sucedía año tras año; siempre que ella subía a la casa del Señor, la otra la provocaba. Y Ana lloraba y no comía. 8 Entonces Elcana su marido le dijo: Ana, ¿por qué lloras y no comes? ¿Por qué está triste tu corazón? ¿No soy yo para ti mejor que diez hijos? 9 Pero Ana se levantó después de haber comido y bebido en Silo, y mientras el sacerdote Elí estaba sentado en la silla junto al poste de la puerta del templo del Señor, 10 ella, muy angustiada, oraba al Señor y lloraba amargamente. 11 E hizo voto y dijo: Oh Señor de los ejércitos, si tú te dignas mirar la aflicción de tu sierva, te acuerdas de mí y no te olvidas de tu sierva, sino que das un hijo a tu sierva, yo lo dedicaré al Señor por todos los días de su vida y nunca pasará navaja sobre su cabeza.” 1 Samuel 1:1-11
Me llama la atención que cuando las Escrituras hacen la primera mención de Ana, inmediatamente hacen mención de su esterilidad. Es casi como si fuera su tarjeta de presentación; “Ana la estéril”. Vemos en los pasajes mencionados que en realidad para Ana era así, su esterilidad le era agobiante. Ella llevaba constantemente la herida de tener un anhelo insatisfecho y además había quien, año tras año, le recordara sus brazos vacíos. Quizás esta seas tú, quizás como Ana tengas un fuerte deseo de ser madre y has llevado la herida de ese anhelo insatisfecho por meses o años. Si como yo, esta eres tú, estoy segura que Dios hablará a tu vida a través de la de Ana.
Anhelando la maternidad
Primeramente quisiera dejar en claro que anhelar la maternidad no es algo incorrecto ni algo de que avergonzarse, pues la maternidad es un regalo de Dios. Ana entendió que, como dice John MacArthur; “La maternidad es la vocación más alta que Dios puede otorgar a la mujer.” En medio de una cultura que idolatra la autorrealización y menosprecia la abnegación pareciera algo vergonzoso el aspirar a la maternidad, pero es importante recordar que, delante de Dios, este es un ministerio honroso y hermoso.
Sin embargo, aunque la maternidad en sí misma es buena, no debemos ignorar que si roba el lugar de Dios en nuestro corazón, puede convertirse en idolatría y eso es pecado. Pero hay una manera correcta de anhelar la maternidad, una que Ana modeló para nosotras.
Por lo que veremos 5 puntos en los cuales podemos aprender del deseo de Ana por la maternidad:
Anhelando correctamente la maternidad
Quizás puedas pensar que el anhelo de Ana era un anhelo pecaminoso debido a la tristeza que le provocaba no verlo satisfecho, podrías pensar que para ella la maternidad era un ídolo. Sin embargo, la Palabra nos muestra que su anhelo era un anhelo correcto, puesto que nunca estuvo en el trono de su corazón.
Ana deseaba un hijo, sin embargo Ana amaba aún más a Dios. Tanto así que en 1 Samuel 1:11 dedica al Señor todo lo que tiene y lo que aún no tiene.
Una de las evidencias de que tienes un ídolo en tu vida es cuando no puedes entregarlo. Cuando sucede esto, el ídolo se ha convertido en tu señor.
Un ídolo es destronado cuando lo entregamos al Señor.
“Su anhelo de tener un hijo no era solo por autosatisfacción. No se trataba solo de obtener lo que deseaba. Era un asunto de auto sacrificio: darse ella misma a esa pequeña vida para entregarla al Señor.” “Ana pidió a un hijo que pudiera servir en el templo. Si Dios la favorecía con ese hijo, se lo daría a Dios. Las acciones de Ana demostraron que no quería un hijo para su propio placer, sino para que sirviera al Señor.” – MacArthur (Extracto del libro “12 Mujeres Extraordinarias”)
Aterricemos esto no sólo en el tema de maternidad, tal ves anhelas un novio, anhelas casarte, anhelas un mejor trabajo, estudiar una maestría… Pero lo que Dios anhela que aprendamos de Ana es que lo anheles a Él aún más que todo lo demás. Y que todo lo que tienes o tendrás lo dediques a Él.
Una evidencia de que tu anhelo es correcto es que tu anhelo por la maternidad no es un ídolo que roba la gloria de Dios, sino un siervo para la gloria de Dios.
Anhelando la maternidad libre de amarguras
Hay anhelos que consumen nuestros pensamientos, dinero y tiempo, y al no verlos satisfechos es fácil cosechar amargura y queja contra alguien o incluso contra Dios mismo.
Sin embargo vemos que Ana estuvo libre de amarguras en el tiempo de espera. No existe evidencia de que Ana se quejara con Elcana, Penina o con Dios. Ella sabía que Penina no iba a arreglar su situación, también sabía que aún reclamándole a Elcana su situación no se arreglaría. Ella entendió que los hijos son una herencia del Señor (Salmos 127:3) y que todo buen regalo desciende del Padre (Santiago 1:17). Ella entendió que la respuesta vendría de Dios, y que ni provocaciones, ni persecuciones, ni la lógica, ni los pronósticos de infertilidad podrían detener a Dios. Precisamente porque entendió esto, ella llevó su caso directamente a Dios. (1 Samuel 1:9-17)
Su incapacidad para tener hijos no la amargó ni la llevó a la queja, más bien la llevó a sus rodillas.
Su frustración, en vez de alejarla de Dios, la acercó más y más a Él. Ella llevó su corazón roto en oración para derramarlo con Dios.
Salmos 50:15 “Invócame en el día de la angustia; yo te libraré, y tú me honrarás”. Ana hizo precisamente esto en 1 Samuel 1:10-11 : “Ella con amargura de alma oró a Jehová, y lloró abundantemente. E hizo voto, diciendo: …”
Esta fue una amargura que la llevó a sus rodillas, no una amargura que la consumió y la guardó corrompiendo todo su ser. No está mal llorar, no está mal sentir profundo dolor, no está mal mientras lo lleves al Señor.
Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. (Filipenses 4:6-7)
Esto fue lo que Ana experimentó en 1 Samuel 1:17-18:
“Respondió Elí y dijo: Ve en paz; y que el Dios de Israel te conceda la petición que le has hecho. Y ella dijo: Halle tu sierva gracia ante tus ojos. Y la mujer se puso en camino, comió y ya no estaba triste su semblante.“
Después de orar ella ya no estuvo triste. Esto me impresiona ya que no salió de ese lugar con un hijo, ni siquiera un embarazo. Pero aunque ella no veía tangiblemente la respuesta a su oración, ella encontró paz y contentamiento en Dios.
Ana no encontró su contentamiento en su oración respondida sino en el Dios que la había escuchado.
Ya sea que en vida veas tu oración respondida o no, puedes gozarte en el Señor tu Dios.
Anhelando la maternidad con propósito
Otra característica de un anhelo correcto es que pide para dar. Vemos como Ana incluyó en su petición un voto al Señor. (1 Samuel 1:10-11)
Ella pidió por un hijo pero también se comprometió a entregarlo al Señor. Esto significaría que lo dedicaría al servicio en el tabernáculo de tiempo completo. Lo de no cortar su cabello habla de una consagración completa. No cortar su cabello, no beber vino, y no estar en contacto con nada impuro eran señales de la consagración total a Dios.
Evidentemente Ana no quería solamente un hijo para sí sino también para Dios. Ella quería que su hijo fuera un hombre piadoso, que sirviera a Dios y lo glorificara con toda su vida. Ana era una mujer de Dios con anhelos unidos a los de Dios.
Es importante tener en cuenta esto al anhelar la maternidad, pues si en la voluntad de Dios está el darnos hijos, debemos reconocer que ellos no serán nuestros. Debemos reconocer que ser madre no es ser la propietaria de una vida para saciar nuestros anhelos sino una sierva de Dios para su gloria.
Cuando comprendamos esto, nuestro anhelo por hijos será acompañado por un anhelo por guiarles al evangelio y al servicio a Dios toda su vida. No hay mayor gozo que esto para una madre en la fe.
Anhelando la maternidad como mujer de la Palabra
Vemos en 1 Samuel 1:19-20 que Dios escuchó la oración de Ana y, en su gracia, le concede un hijo. Es hermosa la respuesta de Ana en 1 Samuel 2:1-10, ella no se olvidó de su Dios al recibir su don, ella vuelve a demostrar su piedad respondiendo en un canto de adoración, ella estaba agradecida.
Este canto revela que Ana era una mujer de la Palabra, pues estaba familiarizada con las cosas profundas de Dios. Conocía sobre la santidad de Dios y su soberanía, lo conocía como creador, sustentador, salvador, etc. Ana no se acercaba a Dios solamente para pedirle por un hijo, ella no tenía un concepto de Él como el mago de la lámpara que concede los deseos. Ana tenía conocimiento teológico como resultado de una comunión intima con Dios. Su vida con Dios no tenía a la infertilidad como sostén, podemos estar seguros que tampoco la infertilidad era el único contenido de sus oraciones, ella amaba a Su Dios y acudía a Él porque ella conocía Su Palabra.
En la espera o incertidumbre, tú tienes a tu Dios. No necesitas nada más.
Anhelando la maternidad a la luz de la soberanía de Dios
Por último, para tener un anhelo correcto por la maternidad debemos buscar anhelar más la voluntad de Dios que la maternidad.
Me encantaría decirte que si tu corazón está alineado a estas verdades Dios te dará un hijo, pero la realidad es que no es así. Nuestro Dios es un Dios Soberano, Él tiene su plan y te puedo asegurar que, aunque a veces sea doloroso, es mucho mejor que el nuestro. No es malo anhelar la maternidad, sin embargo, debemos tener un corazón humilde que pueda aceptar un “no” o un “no ahora” de parte de Dios.
Si abrazamos nuestros procesos y la voluntad de Dios, nuestra infertilidad puede abundar en fruto eterno.
Tenemos la confianza de que esta temporada (aún si dura toda la vida) será insignificante ante nuestro futuro eterno. Sin embargo, Dios la usará para formar a Cristo en nosotros y abundar en fruto en la vida venidera.
Con esto busco animarte a examinar tu corazón para anhelar la maternidad de la mejor manera y siempre descansar en la buena, perfecta y agradable voluntad de Dios.
No será fácil, muchas veces no entenderemos porque Dios permite la infertilidad, pero lo que sí sabemos es que Dios es sabio, bueno, soberano y suficiente. Siempre suficiente.
Por lo que te animo a que no desperdicies tu deseo insatisfecho, sino que sea un motor para encontrar completa satisfacción en Cristo Jesús. Que Jesús sea quien esté en el trono de tu corazón, que Jesús sea tu gozo en medio de la espera, que el propósito de tus anhelos sea glorificar a Jesús y que tu relación con Él sea tu relación más viva e importante, siendo alimentada constantemente en la Palabra y en oración.
Que así como Ana, podamos ser mujeres que se consagran sin reservas a Dios, que confían plenamente en Él, que lloran en su presencia, mujeres que en Él encuentran su contentamiento y que lo atesoran por sobre todas las cosas.