En el primer artículo de nuestra nueva serie sobre la sumisión (Sumisión: El Yugo de Cristo) hablamos sobre el yugo de Cristo. Mencionábamos que, a diferencia de cualquier otro yugo, este yugo es ligero y nos da descanso. Es importante comenzar hablando del yugo de Cristo, pues es este yugo sanador el que nos da libertad y descanso para alinearnos al diseño original de Dios en todas las áreas de nuestra vida.
Cristo es el protagonista del universo, ya sea que estemos conscientes de ello o no. Él diseñó la creación de tal manera que irradie un poco de su luz admirable, permitiéndonos gozar de lo que Él ha declarado como bueno. Dentro de su creatividad Él diseñó el matrimonio como una sombra temporal que comunica una verdad gloriosa y eterna; el misterio de la unidad entre Dios y Su pueblo redimido.
Nuestros matrimonios deben ser un cuadro que nos anticipe sobre la gran boda que se acerca, es decir, las bodas del Cordero. Recordando así a las familias cristianas la esperanza gloriosa que nos aguarda, y predicando al mundo que hay un Novio deseoso por desposar a los hijos de la fe.
Sin embargo, si somos honestas, podremos confesar que muchos de nuestros matrimonios comunican todo menos esta gloriosa realidad. En lugar de comunicar el amor paciente de Dios, comunica nuestro egoísmo. En lugar de comunicar la unidad entre Cristo y Su Iglesia, comunica la división que el pecado puede traer. En vez de desplegar la protección de Cristo y la sumisión de la Iglesia, despliega el dolor que nos podemos causar unos a otros. Amadas, la razón de esto es el pecado que ha manchado cada área de nuestra vida, trayendo pesar en lo que el Señor diseñó para gozo, y para que, al gozarnos en ello, diéramos gloria a Él.
Para que nuestros matrimonios sean una carta sobre Cristo y la Iglesia, necesitan estar bajo el agradable yugo de Cristo, pues solo Cristo nos liberta del pecado. Solo Él nos da la capacidad para ver por el otro antes que por nosotras, para servir y para amar. Para que nuestros matrimonios comuniquen la unidad entre Cristo y la Iglesia, primero nosotras debemos gozar de ser la novia de Cristo. Pues, al ser receptoras de las riquezas de la gracia de Cristo podrá brotar la misma gracia de nosotras hacia nuestros cónyuges sin importar su desempeño y ni siquiera su fe. ¿Por qué? por la misma razón que la luna continuaría iluminando si se apagaran todas las lámparas de la tierra; el sol la sigue alumbrando.
Es esta verdad la que se enfatiza en Efesios 5. Leamos los pasajes prestando atención a las referencias sobre Cristo y la Iglesia en cada instrucción hacia los esposos.
“Las mujeres estén sometidas a sus propios maridos como al Señor. Porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, siendo Él mismo el Salvador del cuerpo. Pero así como la iglesia está sujeta a Cristo, también las mujeres deben estarlo a sus maridos en todo. Maridos, amen a sus mujeres, así como Cristo amó a la iglesia y se dio Él mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado por el lavamiento del agua con la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia en toda su gloria, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa e inmaculada.
Así deben también los maridos amar a sus mujeres, como a sus propios cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama. Porque nadie aborreció jamás su propio cuerpo, sino que lo sustenta y lo cuida, así como también Cristo a la iglesia; porque somos miembros de Su cuerpo. Por esto el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne.
Grande es este misterio, pero hablo con referencia a Cristo y a la iglesia. En todo caso, cada uno de ustedes ame también a su mujer como a sí mismo, y que la mujer respete a su marido.” (Efesios 5:22-33)
¡Wow! ¿te das cuenta? Cada instrucción está en armonía con la relación entre Dios y Su pueblo. El modelo del matrimonio es el corazón de Cristo hacia Su Iglesia, y el corazón de la Iglesia hacia su Cristo. Los maridos deben amar a sus esposas con el amor que Cristo ha demostrado a Su Iglesia, y las esposas deben sujetarse a sus maridos como la Iglesia está sujeta a Cristo. Cristo ama, santifica, y sustenta a Su Iglesia como a Su propio cuerpo, porque en realidad nos ha hecho miembros suyos. La Iglesia ama, respeta y se sujeta a Cristo alegremente por el misterio y la bendición de la unidad con Él.
Necesitamos comprender que nuestros matrimonios no se tratan más de nosotros que de Cristo y Su evangelio. Efesios 5 ha sido causa de mucho debate y división fuera y dentro de la Iglesia, perdiendo el punto principal de los pasajes: la belleza de la unidad entre Dios y el pueblo que compró a precio de sangre. Estos pasajes no debieran ser causa de debates sino de asombro y de adoración a Dios, pues lo que era imposible debido a la enemistad entre Dios y el hombre, se hizo posible por Jesús. ¡Fuimos injertados de la relación más lejana posible con Dios (enemistad) a la relación más cercana posible con Él (matrimonio)! Y esta nueva relación que podemos tener con Dios es la que capacita todas nuestras relaciones, aún las relaciones matrimoniales más difíciles.
En mi relación con Cristo y en mi propio matrimonio he visto la belleza del diseño de Dios. El amor de mi Cristo y el de mi amado esposo es tan dulce que me es fácil, voluntaria y alegremente sujetarme a ellos. También considera lo fácil, agradable y voluntariamente que puede ser el amor de nuestros esposos hacia nosotras cuando los respetamos y nos sujetamos a ellos. Si bien nuestros deberes no dependen de los deberes del otro cuando el matrimonio está bajo el yugo de Cristo, facilitamos y estimulamos el amor de nuestros cónyuges al llevar a la práctica el consejo de Dios.
Sin embargo, regresando al ejemplo de la luna y el sol, notemos que la luna puede alumbrar aún sin lamparas de la tierra porque del sol recibe su luz. Pero si la luna perdiera el sol sería imposible que reflejara su luz. Así mismo, en Cristo nosotras podemos amar, respetar y estar sujetas a nuestros maridos aún si nuestros maridos no “alumbran” nuestra vida, pues nuestra luz es independiente a ellos. Incluso la Palabra nos dice que si nuestros maridos no están en Cristo, la luz que podemos desplegar hacia ellos pudiera ser el medio por el cual ellos conozcan la fuente de nuestra luz (ver 1 Pedro 3).
Quiero que sepas, hermana, que no escribo esto sin pensar en ti que estás unida a un hombre sin Cristo. Quizá el Señor te alcanzó en tu matrimonio, pensaste que tu esposo era creyente sin serlo, o quizá estés viviendo el resultado de rechazar el buen consejo de Dios. Sea cual sea la razón, el Señor no ignora tu dolor. No creo poder expresar en un artículo la compasión que sé que Cristo tiene hacia sus hijos, pero sé que la cruz la expresa perfectamente. Puede ser muy doloroso y difícil el dar bien por mal, sobre todo cuando recibes el mal de tu propio cónyuge. Pero amada, «amada» en todo el sentido de la palabra, eres muy amada por Cristo, ¡tan solo mira la cruz para comprobarlo! Tu matrimonio será temporal, junto con todos sus dolores, pero en Cristo hay esperanza de un perfecto y eterno matrimonio con tu Dios bueno. Esa esperanza es la que te mantendrá dando bien por mal, siendo luz en la oscuridad, y viviendo una vida sujeta a tu Cristo y a tu esposo.
En otro artículo hablaremos sobre lo que no es la sumisión en el matrimonio. Sin embargo, quiero adelantarme a decirte que si en tu matrimonio hay abusos de parte de tu cónyuge acudas a buscar ayuda legal y de hermanos maduros en la fe. El Señor no aprueba esto.
Continuemos hablando un poco sobre nuestro deber como esposas, ¿qué es la sumisión?
La sumisión bíblica es una actitud del corazón que considera la voluntad e interés del otro antes que el suyo; es estar bajo autoridad y encontrar gozo en ello. La Palabra de Dios nos llama a estar sujetas a nuestros maridos como lo estamos de Cristo, instituyendo Dios al esposo como la cabeza de la mujer, es decir, su autoridad. Esto no es debido a que tengamos menos valor, inteligencia, capacidad, ni dignidad que el hombre. Tampoco es algo cultural que se instituyó para una iglesia de cierto tiempo y cierto lugar. Sino que esto es debido al diseño sabio y bueno de Dios para comunicar una realidad mayor que nosotros.
“Pero quiero que sepan que la cabeza de todo hombre es Cristo, y la cabeza de la mujer es el hombre, y la cabeza de Cristo es Dios.” 1 Corintios 11:3
La cabeza de la mujer es el hombre, Cristo es la cabeza del hombre, y Dios Padre la cabeza de Cristo. Nuevamente vemos un orden, pero si no tenemos cuidado nos perderemos de ver que este orden perfecto es tan solo la ventana para ver nuevamente la belleza de la unidad entre Dios y Su pueblo.
El contexto de este pasaje es el orden dentro de la iglesia, y si continuamos leyendo nos daremos cuenta de que se sigue desenvolviendo la idea de que tanto el hombre como la mujer estamos bajo la autoridad de Dios, y que el orden no tiene que ver con el valor individual. Este versículo es claro al instituir el orden, y así mismo, en dar honra a cada individuo, sobre todo a Aquél de quien proceden todas las cosas.
En Cristo, nos honramos mutuamente, no somos independientes los unos de los otros porque tanto como la mujer procede del hombre, el hombre nace de la mujer, y finalmente, todos procedemos de Dios (ver 2 Cor. 11:11-12). ¡La sumisión matrimonial predica algo mucho mayor que nosotros! El matrimonio no se trata de nosotros sino de Dios.
Desde Génesis el Señor instituyó este orden reflejando armonía, protección y nuestra dependencia a Dios. Pero cuando Adán y Eva se revelan contra Dios, ese orden perfecto de sujeción se rompió afectando nuestra armonía relacional con Dios y con los demás. Pero Cristo vivió una vida en perfecta sumisión al Padre, no desviándose ni a la derecha ni a la izquierda de Su voluntad, para imputar su justicia y obediencia a todos los de la fe en Él.
También da Su Espíritu Santo a los de la fe, quien nos da un corazón capaz de sujetarse al yugo de Cristo, el yugo que sana nuestro corazón de la rebeldía, ayudándonos a sujetarnos y a respetar a nuestros esposos imperfectos, regresando así al diseño original de Génesis. Él nos capacita para reflejar la belleza de la unidad que gozamos con nuestro Dios, a aguardar el día en que el Novio deseado venga a desposarse con Su iglesia emblanquecida, y a ser una carta de invitación para todo aquel que quiera unirse a esta boda.
Más adelante veremos en esta serie cómo se ve la sumisión de manera práctica en nuestros matrimonios. Sin embargo, es muy importante que comprendamos primero la base de que la sumisión matrimonial comunica algo mucho más grande que nosotras mismas, habla de la actitud del corazón y la alegría de la Iglesia hacia Su Cristo. También, es importante comprender que nuestra sumisión a nuestros esposos es sólo un poco de la luz que recibimos de Dios al estar sujetas a Él. ¡Todo comienza y termina en Cristo! Con la ayuda de Dios nuestros matrimonios pueden ser una imagen vívida del evangelio, y es un gran privilegio y alegría poder ser parte de esto.
Termino hablándote a ti, hermana soltera, para exhortarte a que seas sabia al momento de elegir a tu cónyuge. Sabiendo ahora que el matrimonio es un reflejo de la unidad entre Cristo y su Iglesia, elige a un hombre piadoso y temeroso de Dios. Sabiendo que nuestro deber como esposas es sujetarnos a un hombre, escoge a un hombre que esté sujeto a Cristo. No te conformes con nada menos que un compañero en la gracia para adornar más bellamente el evangelio de Jesucristo.
Hace pocos días empezaba a meditar en este tema, es hermoso reflexionar en la santidad con la que debe ser reflejada el matrimonio!