Hace unos días hicimos una encuesta sobre la ley y el evangelio en las redes sociales de Genuino. Las preguntas fueron las siguientes: ¿Cuál es el propósito de la ley?, ¿para gozar de la salvación debemos obedecerla?, ¿si Jesús vino a cumplir la ley quiere decir que nosotros también debemos de cumplirla?, y ¿podemos cumplir la ley?
Me sorprendí por la cantidad de respuestas que recibimos; muchas fundamentadas en la Biblia, muchas otras en opiniones, y otra gran cantidad en versículos sacados de contexto. La razón por la que hicimos esta encuesta es que en Latinoamérica se ha visto un crecimiento exponencial de corrientes judaizantes, y para nuestra vergüenza, estas falsas enseñanzas están siendo bienvenidas aún en nuestras iglesias. He sabido de congregaciones enteras desviándose del evangelio de Jesucristo para “regresar a las raíces hebreas”, es decir, a la ley y sus ceremonias. También de personas que abandonan el cristianismo con el argumento de que Jesús era judío, y de otros creyentes en un estado constante de ansiedad y confusión debido a su mal entendimiento de la ley y su propósito.
Mis amadas, las corrientes judaizantes y legalistas pueden ser especialmente engañosas para los cristianos debido a que usan parte de nuestra misma Biblia para sus argumentos, por lo que es imprescindible conocer la Palabra, y entender el propósito de Dios para la ley, su rol en el plan redentor de Dios y su relación con el creyente. Veamos lo que las Escrituras nos responden a las preguntas.
¿Cuál es el propósito de la ley?
Algunas de las respuestas que recibimos se podrían resumir en que la ley se introdujo para controlar el pecado y restringirlo entre el pueblo de Dios, pero veamos lo que la Biblia nos dice:
“Y la ley se introdujo para que abundara la transgresión” … (Romanos 5:20a)
La función de la ley no era eliminar ni restringir el pecado, ¡era que abundara! ¿Por qué Dios haría eso? La respuesta está en la continuación del versículo:
“Y la ley se introdujo para que abundara la transgresión, pero donde el pecado abundó, sobreabundó la gracia, para que, así como el pecado reinó en la muerte, así también la gracia reine por medio de la justicia para vida eterna, mediante Jesucristo nuestro Señor”. (Romanos 5:20-21)
A diferencia de lo que se cree, la ley hace más evidente y abundante nuestro pecado. Esta se introdujo para revelar la abundancia del pecado y para esclarecer su reinado de muerte, para que entonces, por medio de Jesucristo, sobreabundara la gracia y reinara para vida eterna. En otras palabras, el propósito de la ley es que podamos ver claramente nuestra necesidad de Jesucristo.
Gálatas 3:21-27 refuerza esto. “¿Es entonces la ley contraria a las promesas de Dios? ¡De ningún modo! Porque si se hubiera dado una ley capaz de impartir vida, entonces la justicia ciertamente hubiera dependido de la ley. Pero la Escritura lo encerró todo bajo pecado, para que la promesa que es por la fe en Jesucristo fuera dada a todos los que creen. Antes de venir la fe, estábamos encerrados bajo la ley, confinados para la fe que había de ser revelada. De manera que la ley ha venido a ser nuestro guía para conducirnos a Cristo, a fin de que seamos justificados por la fe. Pero ahora que ha venido la fe, ya no estamos bajo el guía. Pues todos ustedes son hijos de Dios mediante la fe en Cristo Jesús. Porque todos los que fueron bautizados en Cristo, de Cristo se han revestido”.
(Antes de continuar te invito a leer todo Gálatas 3 para comprender con mayor claridad estos pasajes.)
En Gálatas 3:21-27 hay varios puntos sumamente importantes sobre la ley.
- La ley no es contraria a las promesas de Dios.
- La ley es incapaz de impartir vida.
- La ley nos confinó para la fe que habría de ser revelada.
- La Ley es nuestro guía a Cristo.
- Cristo, y solo Cristo, es capaz de impartir vida.
- En Cristo, ya no estamos bajo el guía.
Veamos de manera general cada uno de estos puntos. Cuando Pablo explica que la ley no es contraria a las promesas de Dios quiere decir que la ley no contradice lo que el Señor ya había dicho antes de que fuera dada la ley. Pero ¿qué fue lo que Dios prometió antes de la ley? Él nos anticipó su evangelio. El Señor había hablado el evangelio desde el Edén hasta las generaciones anteriores a la ley, prometió que de Abraham vendría la simiente prometida en Génesis 3, Aquél que traería nuestra libertad destruyendo al pecado y la muerte. Prometió que Abraham sería padre de multitudes y que las familias de la tierra serían benditas en su simiente (Jesús).
Después, la ley fue dada a Moisés, no con el propósito de reemplazar las promesas del evangelio de Dios ni tampoco de contradecirlas. Este fue el error de los fariseos, ellos dieron una interpretación y uso a la ley que contradecía a las promesas de Dios. Dios prometió dar vida a través del Salvador, pero ellos tomaron a la ley como el medio para salvación. Jesús mismo los reprendió duramente diciendo: “Ustedes examinan las Escrituras porque piensan tener en ellas la vida eterna. ¡Y son ellas las que dan testimonio de Mí!… no soy yo quien los acusará ante el Padre. ¡Moisés los acusará! Sí, Moisés, en quien ustedes han puesto su esperanza. Si en verdad le creyeran a Moisés, me creerían a mí, porque él escribió acerca de mí; pero como no creen en lo que él escribió, ¿cómo creerán lo que yo digo?”. (Juan 5:39,45-47)
Dios prometió dar vida, pero la ley es incapaz de impartirla porque no puede justificar al pecador, al contrario, lo condena y lo hace sujeto de su maldición. Por lo que la ley no vino a contradecir las promesas, mas bien, vino a servirlas; nos confinó a todos en su prisión, nos encerró bajo su severa tutela para la fe que habría de ser revelada. De esta manera la ley fue nuestro guía para conducirnos a Cristo, pues habiendo Cristo consumado Su obra, la ley nos guía a la fe en Él, a fin de ser justificados y conformados hijos de Dios. Pues Cristo, y sólo Cristo, es capaz de impartir vida.
El último punto de los pasajes es que habiendo venido la fe ya no estamos bajo el guía. Esto quiere decir que la ley tiene un propósito específico. Su tarea fue ser nuestro tutor hasta llegar a la fe en Cristo, por lo que, si ya estamos en Cristo, ya no estamos bajo ella. Esto es lo que también nos enseña Romanos 7.
Con una analogía del matrimonio, Pablo explica que, así como los cónyuges están unidos y comprometidos hasta la muerte, la ley y los pecadores también. Pero como Cristo murió, y junto con Él todos los de la fe en Él, ahora somos libres del castigo y la maldición de la ley, y estamos unidos con Cristo. Al morir con Cristo hemos sido libertados de la relación hostil que teníamos con la ley, para gozar de una relación de gracia con Cristo y su ley.
Creo que con lo que ya mencionamos podríamos contestar la siguiente pregunta, pero profundicemos un poco más en ella. ¿Para gozar de la salvación debemos obedecer la ley?
Esta pregunta no es tan simple como parece. Resultó ser capciosa para muchas, algunas nos escribieron diciendo “más o menos”, otras preguntaron que a qué parte de la ley mosaica nos referíamos; ¿la ceremonial, la moral o la civil? E incluso algunas nos escribieron molestas diciendo que, si respondíamos que no, estábamos incitando al liberalismo entre los cristianos. Pero antes de escudriñar lo que la Palabra habla de la relación entre la ley y los creyentes, primero analicemos la parte más sencilla de la pregunta, prestemos atención a lo siguiente:
“Para gozar de la salvación” y “debemos obedecer”.
Aquí se está cuestionando si es necesaria la obediencia para ser salvo. La verdadera cuestión es si acaso tú y yo podemos hacer algún mérito para ser salvos. La Palabra nos dice claramente en Efesios 2:8-9 que, “Por gracia ustedes han sido salvados por medio de la fe, y esto no procede de ustedes, sino que es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.”
También Romanos 11:6 dice: “Pero si es por gracia, ya no es a base de obras, de otra manera la gracia ya no es gracia. Y si por obras, ya no es gracia; de otra manera la obra ya no es obra.”
La respuesta bíblica es clara; no hay nada que podamos hacer para gozar de la salvación. La salvación es por gracia mediante la fe, no por obras. Piénsalo, debido a nuestro pecado, aún nuestra mejor obediencia está manchada. Nuestra mejor obediencia es insuficiente para ser salvos, pues la Palabra nos enseña que si tan sólo transgredimos un mandamiento es como si transgrediéramos toda la ley, lo cual nos hace sujetos a su condenación y maldición (St. 2:10, Dt. 27:26, Ga. 3:10, 5:1). Si la obediencia fuera un requisito para ganarnos la salvación nadie sería salvo, porque nadie ha obedecido la perfecta ley de Dios, sólo Cristo. Es solamente gracias a la obediencia perfecta de Jesucristo que nosotros podemos gozar de la salvación mediante la fe en Él.
Podemos concluir que para gozar de la salvación no debemos obedecer la ley, porque tampoco podemos, pero es importante remarcar que alguien que goza de la salvación obedece la ley.
¿Es esto una contradicción? ¡Para nada! Puede ser que una buena cantidad de personas que contestaron que sí a la pregunta se encontraran en el dilema entre la salvación por gracia mediante la fe, y la afirmación de Santiago de que la fe sin obras es muerta.
Sin embargo, amadas, esto no es un verdadero dilema. Ambas afirmaciones se complementan. Nuestra justicia no alcanza la santidad que Dios demanda, pero Él nos otorga a Cristo como nuestra justicia si tan solo nos arrepentimos de nuestros pecados y depositamos nuestra confianza en la obra y persona de Jesucristo. La fe en Cristo para nuestra justificación es la fe salvadora, y esta fe tiene como fruto nuestra obediencia. La fe sin frutos no existe, la fe verdadera siempre es obediente. Podemos decir entonces que no somos salvos por nuestra obediencia, pero al ser salvos tenemos como fruto la obediencia.
Habiendo dejado claro que, gracias a la obra perfecta de Cristo, la salvación es por gracia mediante la fe en Él, ahora veremos cuál es la relación bíblica entre el creyente y la ley de Dios.
La relación entre la ley y el creyente
Las últimas preguntas de la encuesta fueron ¿Si Jesús vino a cumplir la ley quiere decir que nosotros también debemos de cumplirla? y ¿Podemos cumplir la ley?
Como vimos al principio, la ley evidencia nuestro pecado. No porque la ley sea pecado, sino que como dice Romanos 7, “el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, produjo en mí toda codicia; porque sin la ley el pecado está muerto. Y yo sin la ley vivía en un tiempo; pero venido el mandamiento, el pecado revivió y yo morí. Y hallé que el mismo mandamiento que era para vida, a mí me resultó para muerte; porque el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, me engañó, y por él me mató. De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno. ¿Luego lo que es bueno, vino a ser muerte para mí? En ninguna manera; sino que el pecado, para mostrarse pecado, produjo en mí la muerte por medio de lo que es bueno, a fin de que por el mandamiento el pecado llegase a ser sobremanera pecaminoso”.
La ley es santa, espiritual, y buena, pero como nosotros somos por naturaleza pecadores, carnales, y malos, lo bueno produjo la muerte en nosotros. Pero Cristo, siendo sin pecado, vino a hacer lo que ninguno pudo: cumplir la ley.
“No piensen que he venido para poner fin a la ley o a los profetas; no he venido para poner fin, sino para cumplir”. (Mateo 5:17)
Pero ¿qué significa que Jesús vino a cumplir la ley? En su Biblia de estudio, John MacArthur dice lo siguiente:
“Cristo estaba indicando que Él era el cumplimiento de la ley en todos sus aspectos. Él cumplió la ley moral al mantenerse perfecto. Él cumplió la ley ceremonial al ser la encarnación de todo lo que los tipos y símbolos de la ley puntualizaron. Cumplió también la ley judicial personificando la justicia perfecta de Dios”.
Lo que nosotros no pudimos hacer, Cristo lo logró. Él cumplió todos los requerimientos y demandas de la ley. ¡No falló en ningún punto!
Muy bien, hagamos una pausa. Cristo cumplió la ley, pero ¿qué relevancia tiene esto para nosotros? ¿Si Cristo cumplió la ley nosotros también debemos de cumplirla?
Que Cristo haya cumplido la ley tiene todo que ver con nosotros y nuestra relación con Dios y la ley.
Como Cristo cumplió la ley, Su perfección le permitió ser nuestro Cordero expiatorio. Él es el Cordero inocente que dio su vida por los culpables, cargó en Él nuestro pecado, nuestra maldición y nuestro castigo, para que por Él fuéramos perdonados, sanados y tuviéramos paz con Dios. Cumpliendo así lo escrito en Isaías 53: Ciertamente Él llevó nuestras enfermedades, y cargó con nuestros dolores. Con todo, nosotros lo tuvimos por azotado, por herido de Dios y afligido. Pero Él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades. El castigo, por nuestra paz, cayó sobre Él, y por Sus heridas hemos sido sanados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, nos apartamos cada cual por su camino; pero el Señor hizo que cayera sobre Él la iniquidad de todos nosotros.
¡Qué regalo tan inmerecido! Por la obra de Cristo, podemos decir que, en primer lugar, la relación entre la ley y los creyentes es sobre una plataforma de gracia, pues en lugar de condenarnos y maldecirnos, ahora podemos mirarla y asombrarnos por la gloria de Cristo. Debido a que Cristo cumplió la ley, en lugar de juzgarnos, la ley ahora nos recuerda la justicia de Jesús que nos fue imputada por gracia, permitiéndonos deleitarnos en ella.
En segundo lugar, la relación entre la ley y el creyente es práctica a través del Espíritu Santo. 2ª Corintios 3 hace un contraste entre el viejo pacto y el nuevo pacto; el de la letra y el del Espíritu. Pablo menciona las “Tablas de piedra” dando referencia al pacto del antiguo testamento, y hace el contraste con la obra del Espíritu en el corazón humano. Nos dice que, a diferencia de la ley escrita en piedra en el viejo pacto, en el nuevo pacto, el Espíritu Santo ha grabado la ley en nuestro corazón. El nuevo pacto que otorga perdón de pecados y justificación por la obra de Cristo es caracterizado por la presencia y poder del Espíritu Santo, quien nos vivifica y transforma de adentro hacia fuera, conformándonos a Cristo hasta nuestra glorificación.
Esto reafirma que la ley no puede impartir vida, pero habiéndonos guiado a Cristo, Él nos imparte vida y al Espíritu Santo, por lo que ahora podemos deleitarnos en la ley y obedecerla como fruto.
Es muy interesante que, justo después de la afirmación de Cristo de no haber venido a abolir la ley sino a cumplirla, comience con una larga lista de “oyeron que fue dicho… pero yo les digo”. Pudiéramos pensar que Jesús se está contradiciendo. Pareciera que él estaba aboliendo, contradiciendo o alterando la ley, sin embargo, lo que él estaba haciendo era corregir la comprensión de los maestros de la ley. Él no estaba dando otra ley, estaba elevando los mandamientos a su lugar original.
Los fariseos se jactaban de cumplir la ley, sin embargo, ellos habían interpretado la ley conforme a sus propias exigencias. Ellos creyeron que cumplían la ley al conformarse externamente a ella, sin embargo, ellos no cumplían el requerimiento fundamental de la ley; el amor perfecto a Dios y al prójimo.
En Mateo 22:37, Cristo resumió los 613 mandamientos de la ley en dos: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el grande y primer mandamiento. Y el segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas”.
Y sólo en Cristo es que nosotros verdaderamente podemos amar. El amor es la máxima expresión de un corazón regenerado por el Espíritu.
“Amados, amémonos unos a otros, porque el amor es de Dios, y todo el que ama es nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. En esto se manifestó el amor de Dios en nosotros: en que Dios ha enviado a Su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por medio de Él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros y envió a Su Hijo como propiciación por nuestros pecados. Amados, si Dios así nos amó, también nosotros debemos amarnos unos a otros”. (1 Juan 4:7-11)
En Cristo, y a través del Espíritu Santo, tú y yo podemos cumplir la ley al amar a Dios y a los demás, pues el evangelio nos habilita al amor.
John Piper explica que la Biblia a veces llama a la ley “la ley de la libertad” o “la ley de Cristo”. En sus doce tesis sobre la ley, Él explica:
“Cuando el cumplimiento de la Ley es llamado la “ley de la libertad” significa que como cristianos buscamos el amor en libertad del guardar la ley como la base de nuestra justificación o el poder de nuestra santificación. En su lugar, lo buscamos por la “ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús” (Romanos 8:2). Vemos hacia el Espíritu de Cristo por transformación, de modo que el amor fluya por poder de dentro, no presión de fuera. La ley de la libertad es la guía del Espíritu y “donde está el Espíritu del Señor, hay libertad” (2 Corintios 3:17)…“Cuando el cumplimiento de la Ley es llamado “la ley de Cristo”, significa que nuestra búsqueda de amor es guiada y capacitada por la vida, palabra y Espíritu de Jesús el Cristo. La ley de Cristo no es una nueva lista de comportamientos exteriores, sino un nuevo Tesoro y Señor interior. Él sí nos dio un “nuevo mandamiento” (“Un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros; que como yo os he amado, así también os améis los unos a los otros”, Juan 13:34). Pero este estándar de amor es la vida y poder de una persona que habita en nosotros por su Espíritu. Perseguimos el amor como “la ley de Cristo” al mirar a Cristo como nuestro justicia toda-suficiente, nuestro Tesoro que todo lo satisface, nuestra Protección y nuestro Ayudador que todo provee y nuestro Consejero y Guía omnisciente.”
Podemos concluir que apartados de Cristo nada podemos hacer. Tanto nuestra salvación como nuestra santificación penden de Él. Nuestra moralidad no alcanza la santidad de Dios, nuestra obediencia es insuficiente, pero la obediencia de Cristo es perfecta, y nos es imputada mediante la fe. La ley es buena y santa, pero confiar en la ley para salvación es una traición a su propio propósito. Si después de haber sido receptores del evangelio de la gracia de Dios, volvemos a la confianza en la ley para salvación, devaluamos a Cristo y Su obra, y nos desvinculamos del Único capaz de impartirnos vida eterna. ¡No hay mayor transgresión que esta!
Estacionarnos en la ley es incumplirla pues ella nos guía a Cristo, en cambio, al creer en Cristo cumplimos la ley de manera posicional y práctica. Posicional debido a la justificación, y práctica debido al poder del Espíritu Santo capacitándonos día tras día al amor. Seguimos meditando en su ley, guardándola y amándola, pues nos enseña la perfecta justicia de Cristo imputada a nosotros y el carácter de Dios siendo formado en nosotros.
Amadas, concluyo con una advertencia. Cuidémonos de las corrientes que sutilmente nos desvinculan de Cristo y su evangelio. Pablo, Hebreo de Hebreos, estimó todo lo que tenía por ganancia (su religiosidad, su aparente obediencia, su confianza en la carne…), como pérdida y basura por amor a Cristo. Mientras que estas corrientes como la llamada “Raíces Hebreas” están estimando invaluable lo que Pablo evaluó como basura, y despreciando a Quien Pablo dio infinito valor.
Hermanas, cualquier enseñanza que diga que para salvación es necesario Cristo + “x”, es peligrosa. Igualmente, cualquier enseñanza que diga que por la gracia de Dios en Cristo no tenemos ningún compromiso con la ley de Dios y que podemos seguir practicando el pecado. (Puedes leer más sobre este tema en este artículo que escribí: ¿Se puede recibir a Jesús como Salvador sin tener que rendirle nuestra vida como Señor?)
De nada nos gloriamos más que de la cruz de Cristo. Cuidémonos de estas falsas enseñanzas y que el Señor nos ayude a discernir y a aferrarnos a Cristo y su evangelio hasta el fin.
Termino invitándote a leer en oración la exhortación de Pablo en Filipenses 3:1-14.
“Por lo demás, hermanos míos, regocíjense en el Señor. A mí no me es molesto escribirles otra vez lo mismo, y para ustedes es motivo de seguridad. Cuídense de esos perros, cuídense de los malos obreros, cuídense de la falsa circuncisión.
Porque nosotros somos la verdadera circuncisión, que adoramos en el Espíritu de Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no poniendo la confianza en la carne, aunque yo mismo podría confiar también en la carne. Si algún otro cree tener motivo para confiar en la carne, yo mucho más: circuncidado a los ocho días de nacer, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto al celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia de la ley, hallado irreprensible. Pero todo lo que para mí era ganancia, lo he estimado como pérdida por amor de Cristo.
Y aún más, yo estimo como pérdida todas las cosas en vista del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por Él lo he perdido todo, y lo considero como basura a fin de ganar a Cristo, y ser hallado en Él, no teniendo mi propia justicia derivada de la ley, sino la que es por la fe en Cristo, la justicia que procede de Dios sobre la base de la fe, y conocerlo a Él, el poder de Su resurrección y la participación en Sus padecimientos, llegando a ser como Él en Su muerte, a fin de llegar a la resurrección de entre los muertos.
No es que ya lo haya alcanzado o que ya haya llegado a ser perfecto, sino que sigo adelante, a fin de poder alcanzar aquello para lo cual también fui alcanzado por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no considero haberlo ya alcanzado. Pero una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está delante, prosigo hacia la meta para obtener el premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”.