Primero quisiera aclarar que no soy una experta marital, sino alguien que humildemente reconoce que está lejos de serlo, alguien que necesita de la gracia de nuestro Señor día a día dentro del matrimonio.
Creo que desde pequeña soñaba con el día de mi boda, con el vestido, el baile, las personas que amo disfrutando el momento conmigo, el evento en general, pero de lo que se vendría después de la celebración… creo que de eso no pensaba mucho. No fue hasta que tuve un encuentro con el Señor que empecé a pensar más en el tema. Yo crecí en un hogar en el que mis papás se divorciaron cuando yo todavía era chica, entonces, no tenía ningún ejemplo cercano de cómo se ve un matrimonio en la vida cotidiana, por lo que todo lo que aprendí sobre el matrimonio bíblico fue directamente a través de la Palabra, libros y enseñanzas de mi iglesia.
Estudiando sobre el tema me di cuenta sobre el gran énfasis e importancia que le hemos dado al matrimonio dentro de la iglesia. No me malentiendan, es importante, pero al hablar con otras mujeres podía ver como la idea del matrimonio parecía una meta o señal de éxito, y no como un ministerio para glorificar a Dios, servir a nuestra pareja y como una herramienta de santidad que Dios utiliza para hacernos más como Jesucristo. El matrimonio, así como todas las bendiciones del Señor, no pueden llenar en nuestras vidas un espacio que el Señor diseñó que solo fuera satisfecho por Él. Al entender esto, podremos darnos cuenta de verdades que aunque parezcan “anti-románticas” son verdades que traen consuelo y paz para nuestras almas.
Mito #1: “Estaré más plena cuando me case”
Para especificar, esta no es una frase que he escuchado directamente, pero si es un sentir que muchas mujeres me han expresado de manera indirecta. Hay una frustración silenciosa dentro de la soltería. Como mujeres vemos algo incorrecto el estar solas, es más, en algunas mujeres hasta existe un temor en exceso por nunca encontrar pareja. Nos frustramos al ver en nuestras redes sociales como otras mujeres de nuestra edad están en etapas diferentes y la comparación nos deja desanimadas.
Hermana, vengo a aclararte algo, si no eres plena y satisfecha en el Señor como soltera, no lo serás como esposa. Estarías entrando al matrimonio con una mentalidad completamente errónea y peligrosa. Nuestros esposos y relaciones terrenales jamás podrán satisfacer algo que sólo nuestro Creador puede. Estaríamos poniéndole un peso a nuestra pareja con expectativas que jamás podrían cumplir. Estaríamos viendo el matrimonio como algo que nos va a servir primeramente, y no como un ministerio para honrar al Señor a través de mi servicio a alguien más. La mejor actitud con la cual entrar al matrimonio es una de dependencia del Señor, humildad y servidumbre.
Mito #2: “El matrimonio me quitará mi concupiscencia.”
Hace poco escuchaba a un hombre hablar de cómo en la soltería batallaba con la pornografía y pensaba que al casarse ese pecado se resolvería. Al llegar al matrimonio se dio cuenta que no solo ese problema no se fue, sino que ahora también estaba lastimando a alguien más. El único que puede ayudarnos a pelear el pecado en nuestras vidas es Jesús. Claro que tu esposo o esposa pueden ser un apoyo en esta lucha, pero solo por medio del Espíritu Santo es que somos capacitados y llenos del Señor para poder honrarle y darle gloria.
He luchado con la depresión en varias temporadas de mi vida, y aunque mi esposo ha sido una bendición durante esas épocas, no hay nada como la ayuda y el consuelo del Señor. Estar casada no ha disminuido mi necesidad de Él. Es más, al contrario, el matrimonio me ha hecho más dependiente del Señor ya que necesito de Él todos los días para poder ser una buena esposa.
Mito #3: “Mi esposo siempre me hará sentir bien de mí misma”
Hermana, una de las funciones principales de tu cónyuge en el matrimonio es ayudarte a crecer en santidad (Efe. 5:26). Tu esposo será la persona con la que más convivas todos los días, y en esa convivencia los dos se darán cuenta de muchas fallas y defectos. Cuando tu esposo te haga ver estas cosas, no siempre se sentirá muy bonito, puede ser hasta doloroso, pero cualquier cosa que te lleve a ser más como Jesús es motivo de agradecer y dar gloria al Señor. “Puesto que el amor divino procura limpiar por completo al ser amado de toda forma de pecado y maldad, un esposo cristiano no debería pensar en una sola cosa pecaminosa en la vida de su esposa que desagrade a Dios. Su deseo más grande para ella debería ser que llegue a ser conformada a Cristo de manera perfecta, así que su intención y objetivo permanente es encaminarla hacia la pureza”. (John MacArthur).
Hay amor en la confrontación. El amor maduro no es solamente hacerte sentir bien, sino es hacerte bien. Jesús dio su vida para poder santificar a su Iglesia, este fue un proceso de inimaginable dolor. No cometamos el error de pensar que nuestra santificación no tendrá dolor en el proceso. Cuanta ternura del Señor es dejar esta tarea tan incomoda y dolorosa en manos de alguien que nos ama.
El matrimonio es una de las bendiciones más hermosas que he podido llegar a vivir, sin embargo no es la mayor. La bendición más hermosa y maravillosa que tenemos en esta vida es la salvación que Cristo nos ha dado. Debemos de ser diligentes en cuidar nuestros corazones de caer en una idolatría matrimonial. El Señor debe tener el trono de nuestra vida, si llegamos a descuidar esto nos ponemos en una posición muy peligrosa y vulnerable. El matrimonio es una bendición para mí, pero el matrimonio es del Señor y para el Señor. Jesucristo es la razón de todo, porque de Él, por Él, y para Él son todas las cosas (Rom. 11:36). Somos de Cristo y mi deseo es que nuestros matrimonios sean un motivo de gloria para Él, un lugar en donde los perdidos puedan verlo a Él. ¡Que nuestros matrimonios sean un constante reflejo del Evangelio de Cristo!