Me duele lo que está pasando en México. Me duele la impunidad del gobierno y me duele la normalización de la violencia a la mujer, pero también me duele que se ponga a la mujer en contra del hombre y me duele el feminismo que usa el dolor de la mujer para justificar el aborto. Si algo me ha hecho reflexionar esta protesta y paro nacional, es de qué maneras puedo contribuir yo, desde mi hogar, y madre de dos pequeños hombrecitos, a ser luz para el mundo, como Cristo nos llamó a ser en Mateo 5:14.
El hacer preguntas sobre cuál es la raíz del problema, me llevó a donde todo inició—el jardín del Edén. Allí, Dios creó al hombre y a la mujer para reflejar Su imagen en forma distinta pero complementaria. Es decir, iguales en valor y dignidad, pero con distinto rol y distintas fortalezas. Sin embargo, cuando Adán y Eva pecaron, tanto hombres como mujeres fueron puestos en enemistad con Dios y en enemistad con otros hombres y mujeres. El pecado nubló nuestra vista, nos hizo negar el derecho de Dios para gobernar, nos hizo incapaces de llevar a cabo el propósito para el cual fuimos creados, y ahora vivimos las consecuencias. Una de ellas siendo el machismo y el feminismo, los cuales se originaron desde Génesis 3, cuando Dios le dijo a Eva luego de pecar: “desearás a tu marido, y él te dominará” (ese “desear” en su origen, se refiere a desear el rol que se le fue dado al hombre).
Entonces, ¿Cómo podemos responder, como mujeres cristianas, a esta problemática que se vive hoy en México?
1.- Como mujeres y seres humanos—no encontré mejores palabras que las que menciona la organización “Un Día por Todas” cuando dice: “debemos crear conciencia de que el aprecio a la vida del ser humano incluye la vida de las mujeres pero también la de los hombres, niños, niñas y la de todo ser humano en cualquier circunstancia y etapa de la vida, antes de nacer y hasta el momento de su muerte. La mujer también es vulnerable antes de nacer.”
2.- Como ciudadanas—Sí queremos respeto y seguridad para la mujer. Sí queremos leyes del gobierno que protejan y que traten a la mujer con la misma dignidad y valor que se le da al hombre. Pero también entendemos que la violencia no tiene género, y es responsabilidad de todos, así como la gravedad del pecado no tiene género, como lo dice Romanos 3:10-12 “no hay justo, ni siquiera uno; no hay nadie que entienda, nadie que busque a Dios. Todos se han descarriado, a una se han corrompido. No hay nadie que haga lo bueno; no hay uno solo!” El potencial para pecar gravemente está en los corazones de todos los seres humanos por igual y desde la concepción (Salmos 51:5). Si no hemos tocado fondo en algún área, es por gracia de Dios.
3.- Como hermanas—Somos llamadas a llorar con los que lloran (Romanos 12:15) y a ser compasivas como nuestro Padre Celestial (Lucas 6:36). A amar, ayudar y dignificar a la mujer que ha sido abusada. Al mismo tiempo, a evitar las generalizaciones y división entre hombres y mujeres. No somos competencia, no somos enemigos, necesitamos a los hombres así como ellos nos necesitan a nosotras porque así lo hizo Dios y lo llamó bueno: “sin embargo, en el Señor, ni la mujer existe aparte del hombre ni el hombre aparte de la mujer. Porque así como la mujer procede del hombre, también el hombre nace de la mujer; pero todo proviene de Dios.” (1 Corintios 11:11-12). Hemos sido llamados a ser uno en Cristo Jesús “ya no hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer, sino que todos ustedes son uno sólo en Cristo Jesús” (Gálatas 3:28).
4.- Como madres—La crianza y la educación son responsabilidad de los padres de familia. Que nuestros niños y niñas aprendan el valor del respeto al ser humano por igual desde el hogar. Que tengan claridad en cuál es el rol indispensable y complementario del hombre y de la mujer según la Palabra de Dios, para que puedan vivirlo y así contribuir a que el mundo salga de la terrible confusión en la que se encuentra y le conozca (parte del rol del hombre siendo, cuidar y proteger a la mujer).
5.- Como embajadoras—Orar, orar y orar para que se haga la voluntad de Dios en la tierra así como es en el cielo y para que Dios perdone nuestras deudas, así como también nosotras perdonamos a nuestros deudores (Mateo 6:9-15). Proclamar el evangelio con denuedo, el cual es el único que puede traer verdadera transformación en el estado corrompido de nuestra sociedad. Las buenas noticias del evangelio son las únicas capaces de atacar la raíz del problema—el pecado en el corazón del hombre y de la mujer. Y son las únicas capaces de sanar al corazón herido, dar poder para perdonar y saciar la sed de justicia.
Como mujeres creyentes debemos tener cuidado en poner nuestra total confianza en otras cosas fuera de Cristo. Nuestra verdadera libertad, justicia y restauración están en Cristo y sólo en Cristo y es nuestro deber comunicarlo a otros.
Finalmente, quiero recordarte, mujer, que el reino de los cielos funciona al revés de cómo funciona el mundo. No se trata de números, ni de apresurar procesos que no podemos apresurar, la transformación del corazón ocurre día a día, uno a uno, y es Dios mediante Su Espíritu Santo, Quien hace la obra en nosotras y a través de nosotras. Jesús siendo Dios, y pudiendo llenar un estadio todos los días de Su ministerio, escogió dedicarse a doce discípulos. Allí dónde estás, puedes ser proactiva en este tema, a través de la oración, a través de la compasión, a través de la educación, a través de la predicación del evangelio y a través del hacer discípulos con las personas a tu alrededor y en tu iglesia local.
La verdadera revolución empieza cuando un corazón pecaminoso se arrepiente y cree en la vida sin pecado de Cristo, en Su muerte y en Su resurrección. Es aquí cuando el reino de los cielos se empieza a manifestar en la tierra, en lo secreto del corazón, momento a momento, una persona a la vez.